sábado, 16 de julio de 2016

Mayores en el Instituto.

Experiencia piloto para el programa de convivencia intergeneracional en las aulas del Centro.

 


Desde mediados del mes de mayo, hemos puesto en marcha una experiencia piloto en colaboración con el Ayuntamiento de Jarandilla y la asociación de amas de casa La Aliseda. Se trata de un programa corto, de un mes de duración, que tiene como objetivo el testar la presencia habitual de personas mayores en un centro de secundaria. Durante dos días a la semana (lunes y viernes), un grupo de personas mayores, todas ellas mujeres, han acudido al Instituto para seguir dos talleres distintos: uno de iniciación a las nuevas tecnologías y otro de cocina. Ana Gómez, la profesora de adultos, se ha encargado de ejercer de mediadora y coordinadora de nuestras nuevas alumnas. Antonio, el profesor de informática y Secretario del Centro, se ha encargado de organizar un programa de inmersión a ese mundo de ordenadores, dispositivos móviles y redes sociales que, para las personas mayores, resulta de manera general ajeno y de difícil acceso. Los alumnos se encargan de acompañarles y orientarles en el uso y manejo de los ordenadores y aplicaciones, llevándoles de la mano en ese difícil trance que supone el introducirse y familiarizarse en un mundo, el de las nuevas tecnologías, en el que se sienten extranjeros. Miguel Ángel, el Jefe del Departamento de Cocina y Gastronomía, ha planteado y desarrollado un plan de acción con los alumnos de cocina y nuestras "Chicas de Oro", aprovechando una experiencia que estaban llevando a cabo en el Aula de mayores: el "Libro de recetas jarandillanas". En cocinas, ellas se mueven como pez en el agua. En este caso, sus ocupaciones a lo largo de toda su vida laboral y familiar han tenido que ver mucho, tal vez demasiado, con el mundo de las ollas y de los fogones. De hecho, se les veía actuar con un desparpajo y seguridad que dejaba sorprendidos a los propios alumnos, que acabaron subordinándose a sus iniciativas e indicaciones.
La experiencia ha resultado todo un exito. Las alumnas del Aula de adultos y las socias de La Aliseda -mas alguna otra que se ha ido anadiendo- han terminado felices y satisfechas y han despejado sus miedos e incertidumbres. Para los que lo miran desde fuera, un instituto, lleno de jovenes y adolescentes, provoca un cierto temor. Los  estereotipos con respecto a las edades -edadismo- tienen tambien su lugar entre los mayores, que miran con cierto desasosiego un espacio aparentemente tan hostil. Pero tenemos ya experiencia en desmontar este tipo de prejuicios y sabíamos que solo bastaba el juntarlos para hacer desaparecer al instante toda prevención. Pasada la sorpresa que supuso el primer día ver a personas mayores por los pasillos del Centro, se ha convertido en algo completamente normalizado el contar con su presencia. Los alumnos se encuentran con ellas a la vuelta del recreo o al terminar la clase y naturalizan el tener entre ellos a personas de más edad. Se saludan amablemente e intercambian algún comentario antes de que comience la siguiente hora. Algunas de ellas aprovechan el momento para robar un beso a sus nietos y, de paso, animarles para poner esfuerzo en la tarea y advertirles de cuál es su misión. Y son consejos que cobran ahora más fuerza, cuando son ellas las que dan ejemplo con su presencia de su motivación y ganas por aprender.


Para los alumnos del ciclo de Cocina y gastronomía y de la asignatura de Informática que han participado en estos talleres, la experiencia ha sido igualmente grata y enriquecedora. El convertirse ellos mismos en profesores durante un tiempo y asumir ese rol con personas que multiplican por cinco o por seis su edad ha supuesto para ellos un bonito desafío. Bien es cierto que juegan con mucho a su favor, porque los mayores son alumnos aventajados que muestran una disposición y unas ganas de aprender que facilita mucho la tarea. Se trata, al fin y al cabo, de introducir el aprendizaje colaborativo y conseguir que unos aprendan de otros. Los que trabajamos en el mundo de la educación pasamos por alto que el más importante y valioso recurso con el que contamos en los centros no son ni los equipamientos, ni las instalaciones, ni los libros, sino precisamente las personas que lo habitamos. Pero no pensemos -¡Ay vanidad!- que somos nosotros, los profesores, los únicos y más eficaces medios para conseguir que nuestros alumnos aprendan. Son ellos mismos el principal y el más potente recurso, más allá de su valor cuantitativo, que lo tienen. Los profesores podemos actuar de catalizadores, de guías, tutores, de orientadores de sus aprendizajes, pero ellos son los verdaderos protagonistas de su educación. No reconocer esto y pensar que el protagonismo en el aula recae -y debe seguir recayendo- en el profesor constituye uno de los principales lastres de nuestra realidad educativa y un verdadero obstáculo para cualquier mejora. Todo enfoque metodológico que no conciba que son los propios alumnos los que deben construir por sí mismos sus aprendizajes, entrenando y afianzando las competencias claves, en un proceso que fomente su autonomía e iniciativa personal, está abocado a reproducir los fracasos y errores de nuestro sistema educativo.

La presencia de personas mayores en el Instituto, aunque haya sido a tiempo parcial en esta primera experiencia piloto, nos ha permitido comprobar de primera mano lo que implica el poner en juego el concepto de aprendizaje permanente. Un término que creemos vago y lejano, pero que ya es una realidad, que supone plantearse seriamente cuáles son los verdaderos objetivos y fines del aprendizaje en las aulas. Este cuestionamiento de nuestra labor docente, que debe hacernos pensar y decidir sobre el qué y el para qué de nuestro trabajo y el de los alumnos a los que damos servicio, incluye obligatoriamente un replanteamiento del cómo deben aprender. Las personas mayores demandan aprendizajes contextualizados y funcionales, es decir, que tengan que ver con su vida y sus experiencias y que les sean útiles, que tengan sentido para su día a día y su futuro. Pero además no se conforman con ser receptores pasivos, porque no entienden que pueda aprenderse sin ser ellos mismos los que hagan las cosas, sin enfrentarse directamente con las actividades y retos que les permita alcanzar o dominar una determinada habilidad o destreza. Creen, con muy buena lógica y con toda la razón, que solo pueden hacerse competentes en cuaquier materia si su posición es activa y participativa. Y también saben que esta tarea no es individual, sino colectiva, ayudándose unos a otros y colaborando entre ellos para alcanzar los fines que se les propongan. Disponer en nuestras aulas de este nuevo alumnado, hambriento de aprendizajes, motivado, generoso, agradecido, pero exigente al mismo tiempo en cuanto al qué, al cómo y al para qué, supone una estupenda oportunidad para ayudarnos en el obligado proceso de renovación metodológica que los centros educativos debemos afrontar con intensidad y urgencia. Si además podemos servirnos de ellos como recurso en nuestras propias aulas y que, en una nueva forma de concebir las comunidades de aprendizaje, nos ayuden en la tarea de educar y formar a las nuevas promociones de jóvenes y adolescentes, su labor en los centros de secundaria puede resultar de una extraordinaria riqueza.

En el horizonte se va construyendo un nuevo paradigma en relación al lugar que deben ocupar los mayores y a su papel en  la sociedad del siglo XXI, marcada por su protagonismo -no solo cuantitativo- y su capacidad de acción y de decisión. Los mayores de hoy demandan una serie de servicios, entre ellos los educativos, para los que no existe una adecuada respuesta por parte de las administraciones. Las universidades de mayores, sobre todo en el ámbito urbano, y las aulas de adultos en el medio rural son soluciones parciales a unas necesidades que van a ir creciendo en los próximos años. Pero estos servicios educativos específicos que atienden estas vías imprescindibles para el envejecimiento activo de nuestra población adulta no deben ser espacios segregados. Las personas mayores no deben constituir mundos aparte, homogéneos en edad, separados del resto de las generaciones. Poco a poco debe ir extendiéndose hasta imponerse una nueva perspectiva en relación a estos servicios educativos que van a resultar esenciales y básicos, como son los sanitarios y los asistenciales. Desde las propias administraciones públicas debe ir surgiendo un nuevo modelo en la planificación de sus redes de centros, en las que además de concebir espacios que ofrezcan distintos servicios, prime el principio de disponer de espacios que promuevan y garanticen la convivencia entre generaciones. En un futuro, esperemos que próximo y que en algunos países ya están avanzando, los centros de educación infantil, o los de primaria y secundaria, compartirán espacios con centros de día para la atención de personas mayores y las residencias de estudiantes con las de mayores. En los futuros mapas de servicios de las distitnas administraciones públicas se concebirá, en primer término, el diseño de espacios compartidos, primando el uso diverso y colectivo para sectores de edades diversas. Y esto vendrá a aplicarse desde los servicios de empleo a las comisarías; de las bibliotecas públicas a los centros de salud, creando nuevos escenarios para los encuentros y relaciones intergeneracionales y para el desarrollo de actividades compartidas con las personas mayores. Por de pronto, para el curso que viene, pretendemos que el aula de adultos se establezca en nuestro Instituto y contar de manera habitual, diaria, con las personas mayores en nuestros espacios, compartiendo mesas y pupitres con sus nuevos compañeros, que les van a restar edad, soledad y monotonía. Con propuestas como ésta, todos salimos ganando.




 









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